martes, 4 de noviembre de 2008

NO A LOS TOROS, POR FAVOR




La asociación ALA lleva años recogiendo firmas para terminar con esta barbaria. Desde aquí puedes descargártela si quieres contribuir con firmas a terminar con este lamentable "espectáculo". Firmas (PDF 144 kb)

Si hay algo que nos duele especialmente a los que amamos a los animales, es el sufrimiento provocado por el simple hecho de recreo en la tortura, en la sangre y en la muerte. Hay muchas cosas que no sabemos de la "Fiesta". 
Este fragmento sobre la tauromaquia está sacado de un documento fuente del artículo "El placer de dañar" de Carlos Molina para "The kid Star Magazine".

No tiene desperdicio: 

La Fiesta Brava: comienza el espectáculo (para algunos, claro) 

De acuerdo al libro de Gilpérez, antes de entrar en la arena, el toro ha sido sometido en el toril a una espantosa mazmora- a horribles malos tratos y vejaciones, como la de recortarle los cuernos, hacerle padecer el peso de enormes sacos de arena durante horas, y en ocasiones golpearlo en forma continua, etc. A veces se les administran cantidades masivas de sulfatos (sales de epson) en el agua para inducir diarrea severa, dolores intestinales y agotamiento en el ruedo. El veterinario en jefe de la plaza de Las Ventas en Madrid reveló que los toros reciben hasta 25 kg de sulfatos, cuando tan sólo 4 ó 5 kilogramos serían una dosis masiva brutal. Este veterinario también descubrió que los toros son sedados en ocasiones, usando Combilín, un fármaco hipnótico y tranquilizante; a esto hay que añadir los malos tratos que siguen, para entender por que el toro llega al ruedo en un estado de completo desorden. Sus cuernos son mutilados, con un doble fin: causarle dolor y disminuirlo, y también hacerlo perder la referencia de distancias y que sus cornadas sean poco certeras. Al final de esa tortura prolongada, sus pies son bañados con thinner para que no pueda quedarse quieto; sus ojos recubiertos de vaselina para que disminuya su ya muy deficiente visión. Luego lo golpean con instrumentos punzantes e hirientes para obligarlo a entrar en el ruedo.

El pobre animal, despavorido, trata de huir, sin saber que es una trampa para martirizarlo y, encima, burlarse de él. 

Empiezan las faenas. Para debilitarlo y desangrarlo, amén de impedir que levante la cabeza, se lo somete a tres picas. A veces no basta. El toro Almendrito fue sometido a 43 picas en 1876. Cuando excepcionalmente un toro no está medio muerto tras la segunda o tercera pica, se le infligen picas adicionales hasta que ha perdido casi toda su vitalidad y comienza a desfallecer.

La pica es, por disposición legal, de acero cortante y afilado, y está rematada por un arpón de 10 cm, seguido por una cruceta o varias; la cruceta es un disco que casi siempre penetra profundamente en el cuerpo del animal; el picador, con pericia, abre en el toro un boquete enorme, que en promedio alcanza 40 centímetros de profundidad, girando con saña su instrumento de tortura, y va perforando y despedazando los órganos internos del animal. La hemorragia así causada provoca un torrente de sangre, que se vierte abundantemente no sólo a través de las heridas externas, sino casi siempre también por la boca. 

Los encargados de dar muerte al toro, que siempre niegan la crueldad de su espectáculo, aceptan sin embargo que los puyazos deterioran excesivamente las zonas musculares y provocan sangrías inaceptables. Los técnicos del toreo coinciden en que un solo puyazo destroza al toro, y prefieren que dicho destrozo sea efectuado en tres tiempos "para mayor goce de la afición." Cuando los veterinarios y ganaderos solicitan que disminuya el tamaño de las puyas, lo hacen para desviar la atención, pues ya mencionamos que la actual puya tiene una longitud de 10 centímetros hasta la cruceta, y sin embargo causan boquetes de hasta cuarenta centimetros a base de empujar; girar y profundizar.

En ocasiones, el toro escapa a las picas, y entonces, de manera discreta, es llevado de nuevo al interior de los chiqueros, donde se le apuñala y golpea sin piedad para convertirlo en un guiñapo antes de volver al ruedo.

Luego vienen las banderillas, también de acero cortante y punzante. Algunas banderillas tienen un arpón de 8 cm, y se les llama de castigo, a las cuales es sometido el toro cuando ha logrado zafarse de una de las picas; las otras son un poco menos largas. Los garfios o arpones hincados profundamente por los banderilleros en el cuerpo del toro causan un gran dolor con cada movimiento del animal, porque giran y se voltean, prolongando hasta el último minuto de su vida el desgarre y ahondamiento de las profundas heridas internas. No hay límite al número de banderillazos: tantos como sean necesarios para dejar al toro medio muerto.

Cuando el toro alcanza este estado lastimero, el matador entra en el ruedo en una celebración de bravura y machismo a enfrentarse a su acérrimo enemigo: un toro exhausto, moribundo y confundido. El torero hace entonces las suertes con el capote, rojo no porque este color excite al animal, que es ciego a los colores, sino para que no se note la sangre que salpica. En otras ocasiones, se torea a caballo. El rejoneador coloca las banderillas en el toro, y al final, el toro será muerto por el rejoneador, ya sea a pie o a caballo, usando una especie de lanza llamada "rejoneador de la muerte." La suerte de los caballos utilizados es similar a la de los caballos de los picadores. Finalmente, se le da la puntilla para intentar seccionar la médula espinal. Si la médula no es seccionada sino sólo dañada, el toro no está realmente muerto, sino con un cierto grado de parálisis y es arrastrado vivo y consciente. Para citar sólo un caso, en Murcia, en septiembre de 1979, el toro se levantó cuando era arrastrado. Aun en el caso de que la médula sea seccionada, la cabeza del toro queda sensible durante unos minutos, por lo que siente perfectamente el dolor al cortarle las orejas. En realidad, casi nunca llega el toro muerto al segundo acto de la carnicería, en la trastienda de la plaza donde no hacen falta lentejuelas para descuartizar.

Argumentos utilizados con frecuencia por los taurófilos.

Quienes desean la abolición de las corridas de toros suelen confrontarse con personas que gozan de estos espectáculos. A continuación, se hace un listado de los argumentos más utilizados por los taurófilos, y sus respectivos contra-argumentos. Vale la pena recordar, sin embargo, que pocas veces es útil y productivo iniciar tal tipo de debates con personas que, al verse acorraladas por la razón, reaccionan en forma poco inteligente, utilizando palabras altisonantes o incluso la violencia.

El toreo es arte

Es el argumento más usado por los taurinos y el primero que les sale de la boca, al tiempo que es el más confuso. ¿A qué se refieren? A veces lo quieren decir es que el toreo ha sido el tema para obras de arte, en concreto y de forma recurrente citan la "Tauromaquia" de Goya y "El llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías" de Federico García Lorca, o algunas de las novelas de Erriest Hemingway. El contra argumento es sencillo: también se han realizado espléndidas obras sobre las guerras o el martirio de los santos y evidentemente no por ello estas son costumbres que se deben conservar. Otras veces se refieren a que el toreo es un arte en sí. A pesar de la plasticidad que puede tener, el toreo no pasa de ser una colección de técnicas destinadas a la consecución de la muerte del toro, y que no existe en los toreros ninguna intención artística o de expresar ningún sentimiento, limitándose a ser una macabra artesanía. Curiosamente, el innovador Carlos IV prohibió las corridas mientras que Fernando VII, quien cerró las universidades y prohibió la Constitución liberal, las volvió a permitir y bajo su reinado se abrió la primera escuela de tauromaquia en Sevilla. En 1980, la UNESCO, agencia de la ONU encargada de la ciencia, el arte y la cultura, dictaminó al respecto: "La tauromaquia es el terrible y vanal arte de torturar y matar animales en público, según unas reglas. Traumatiza a los niños y los adultos sensibles. Agrava el estado de los neurópatas atraídos por estos espectáculos. Desnaturaliza la relación entre el hombre y el animal. En ello, constituye un desafío mayor a la moral, la educación la ciencia y la cultura. "La cultura es todo aquello que contribuye a volver al ser humano más sensible, más inteligente y más civilizado. La crueldad que humilla y destruye por el dolor jamás se podrá considerar cultura".

Precisamente por ello, los toreros y sus cuadrillas suelen provenir de las capas más desfavorecidas de la población, donde la incultura es mayoritaria. La cultura de la crueldad, como la cultura del dinero no tienen nada que ver con La Cultura. Es más fructífero enfocar el tema de forma que, admitiendo sin conceder que las corridas sean un arte, esa no es razón suficiente para conservarlo a costa, en este caso, del sufrimiento del toro.

El toreo es cultura

Es un sub-argumento del anterior, que se completa con la declaración de que el toreo es tradición. Si se acepta que cultura es "el resultado o efecto de cultivar los conocimientos humanos y afinarse por medio del ejercicio de las facultades intelectuales del hombre," no queda mucho en pie del sub-argumento. Aun así por una extraña magia las corridas se convierten en cultura, no son razones para defender la crueldad con los animales. Culturalmente, en la antigua Roma, se mataban a los cristianos, pero eso se superó. También era tradición y parte de la cultura taurina que los caballos de los picadores salieran sin peto, y esa tradición o cultura ha desaparecido por salvaje. Si realmente el toreo fuera cultura, generaría a su alrededor un ambiente cultural, de la misma forma en que el arte, la ciencia, la historía y otras disciplinas que desarrollan y afinan el espíritu de quienes las practican, lo hacen. Esto en el caso de los toreros no se da, no hay una ilustración especial en ellos por el hecho de dedicarse a esta supuesta actividad cultural. En Andalucía, la llamada cuna del toreo, desconocen que Blas Infante, el "padre de la patria Andaluza" como gustan llamarlo, era un acérrimo
antitauríno y autor de un decálogo en favor de los animales.

El toreo es tradición

Las corridas tienen su verdadero origen en las prácticas militares de las maestranzas en las que se adietraban a los soldados para la guerra haciéndoles practicar la lanza con el toro. Para paliar el peligro que corrían jinetes y caballos se contrataron mozos equipados con trapos cuyo cometido era distraer al toro.

La llegada de Felipe V contrario a las prácticas taurinas, alejó a los nobles del alanzamiento de toros pero los mozos siguieron mostrando sus habilidades en algunos pueblos a cambio de dinero. De hecho, hasta fluales del siglo XVIII las corridas no gozaron de popularidad. La primera plaza de toros no fue construida hasta 1749, época en la que la Inquisición se muestra más poderosa y multiplica los autos de fe. En esos tiempos, las torturas y ejecuciones, tanto de seres humanos como de animales, estaban a la orden del día. Aun así, lo que interesaba era la muerte del toro y la faena era muy corta. La tortura sistemática habría de instaurarse en tiempos supuestamente menos oscuros.

Cuando se dice que el toreo es tradición es porque se carece de una perspectiva histórica: el toreo de a pie tal como lo conocemos tiene relativamente pocos años y además esta cambiando continuamente. El defender lo tradicional por el simple hecho de serlo significa que se renuncia al derecho a la crítica y al progreso, descansando nuestra responsabilidad en generaciones anteriores. Curiosa también es la selectividad de lo que consideramos como tradición. Criar los animales en libertad con alimentos naturales, el cultivo del barbecho en lugar del abono indiscriminado, la fabricación artesanal, el uso indiscriminado de pesticidas y la tala inmoderada, son conductas tradicionales que se van abandonando, en aras al progreso material.
Estar sometidos al dictado de la tradición o de la cultura inmovíliza a una sociedad.

El toreo es la expresión de la religiosidad de un pueblo

Al coincidir las ferias taurinas con las fiestas católicas se ha establecido una curiosa relación entre ellas. inexplicablemente, la Iglesia Católica apenas ha puesto impedimentos a esta relación que va en contra del espíritu de piedad, respeto a la vida y compasión que anima a la religión. Así y a pesar de la doctrina general de la iglesia, y del reconocimiento del alma animal, los párrocos aceptan capotes bordados como ofrenda a la Virgen y permiten que las corridas sean en homenaje a los santos locales. Sería necesario que los estamentos religiosos clarificaran la postura oficial y la hicieran cumplir.

Dato curioso:

El Papa San Pío V solicitó a un grupo de españoles ilustres informes de primera mano sobre las corridas, y sobre su base promulgó el 1 de noviembre de 1567 la bula "De salutis gregis dominici" en la que "deseando que estos espectáculos tan torpes (vergonzosos) y cruentos, más de demonios que de hombres, queden abolidos en los pueblos cristianos"; dictaba pena de excomunión a los emperadores, reyes y cardenales que los consintieran, a los clérigos que asistieran a ellos, y se negaba la sepultura cristiana a los toreros muertos en el transcurso de alguna lidia. En 1920 el Secretario de Estado del Vaticano, Cardenal Gasparri, escribió que "la Iglesia continúa condenando en alta voz, como lo hizo la Santidad de Pío V, estos sangrientos y vergonzosos espectáculos".

Monseñor Mario Canciani, consul de la Congregación para el Clero de la Santa Sede, decía que todo aquel que muriese en una corrida de toros está condenado al fuego eterno. "Hoy, muchos laicos que luchan denodadamente contra la corrida se preguntan qué ha hecho la Iglesia contra esta ignominia".

Igualmente, según la investigación histórica de Monseñor Cancianí, todos los que frecuenten estas fiestas como actores o espectadores, están excomulgados. (Diario 16, 5 dejunio de 1989).

Juan Pablo II, haciendo un estudio de la Biblia, recuerda que "el hombre, salido de las manos de Dios, resulta solidario con todos los otros seres vivientes, como aparece en los Salmos 103 y 104, donde no se hace distinción entre los hombres y los animales." La conclusión del Papa es que la "existencia de las críaturas depende de la acción del soplo-espíritu de Dios, que no sólo crea, sino que también conserva y renueva continuamente la faz de la Tierra."




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