viernes, 31 de octubre de 2008

Mataron a 2.293 ballenas en sólo un año

 

Se cree que son muchas más, pues ésa fue la cifra reportada a la Comisión Ballenera Internacional en 2006. Hay poblaciones de apenas 300 mamíferos. La ballena Minke de la Antártida es la más cazada, generalmente con buques arponeros que luego la llevan a barcos factorías. Más…



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Mataron a 2.293 ballenas en sólo un año

 

Se cree que son muchas más, pues ésa fue la cifra reportada a la Comisión Ballenera Internacional en 2006. Hay poblaciones de apenas 300 mamíferos. La ballena Minke de la Antártida es la más cazada, generalmente con buques arponeros que luego la llevan a barcos factorías. Más…



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Las ballenas completan su árbol genealógico

Científicos de EEUU e India publican en 'Nature' el descubrimiento del último pariente de los cetáceos que vivió fuera del agua, "parecido al actual ciervo-ratón" y con pezuñas

Ilustración del aspecto que pudo tener el 'Indohyus', el antepasado de las ballenas.

Ilustración del aspecto que pudo tener el 'Indohyus', el antepasado de las ballenas.

 EFE (Londres)

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Se sabía que provenían del medio terrestre y que habían huido de los depredadores hacia el mar, pero lo que hasta ahora se desconocía era qué pariente de las ballenas fue el último que vivió en la superficie antes de sumergirse en el agua para no volver nunca más: el Indohyus raoellidae.

Este animal, el último en la línea evolutiva de los parientes terrestres de los cetáceos y que tiene unos 48 millones de años, presenta ciertas similitudes con las ballenas en su cráneo y orejas, aunque no así en sus extremidades, ya que tiene pezuñas, según una investigación de científicos de Estados Unidos e India.

"El 'Indohyus' era más parecido al actual ciervo-ratón hiemosco, también llamado chevrotain", asegura el profesor Hans Thewissen, del Colegio de Medicina y Farmacia de las Universidades del Noreste de Ohio, en Estados Unidos, quien ha liderado un estudio del que informa en su último número la revista Nature.

Una incógnita que había que despejar

En un artículo de esta publicación británica, los científicos explican que hasta ahora se sabía que los artiodáctilos, mamíferos ungulados, cuyas extremidades terminan en un número par de dedos, tenían algún tipo de parentesco con las ballenas, pero no se había encontrado ningún ejemplar que fuera morfológicamente parecido a los cetáceos.

"A diferencia de los otros artiodáctilos, el 'Indohyus raoellidae' es similar a las ballenas en las estructura de sus orejas y premolares, en la densidad de los huesos de sus miembros y en la composición de sus dientes", explican los investigadores en la revista.

El pasado de estos animales amenazados, y de los mamíferos acuáticos en general, ha sido una incógnita que siempre ha interesado despejar a la comunidad científica y que ha llevado a apuntar, incluso, que los hipopótamos eran parientes cercanos de los cetáceos (ballenas, delfines y marsopas).

"Creemos que los 'Indohyus' y sus antepasados se escondían de los depredadores en el agua [como hace ahora el hiemosco], pero no hemos encontrado unos lazos genealógicos cercanos entre el 'Indohyus' y el hipopótamo", incide Thewissen.


Grandes descubrimientos en los últimos 15 años

Desde la época del biólogo británico Charles Darwin (1809-1882), que sentó las bases de la Teoría de la Evolución, los científicos han sabido del pasado terrestre de las ballenas, pero en los últimos quince años, gracias al hallazgo de restos fósiles, se han producido grandes avances para determinar ese paso de la tierra al agua.

Precisamente una serie de fósiles de Indohyus hallados al norte de India y Pakistán, mucho más gruesos que los de otros mamíferos del mismo tamaño, como los mapaches, son los que han posibilitado que los expertos dedujeran que estos animales herbívoros pasaban mucho tiempo en el agua.

"El 'Indohyus' era un comedor de plantas y ya era acuático. Aparentemente el cambio en la dieta que les hizo convertirse en cazadores de animales [como hacen actualmente las ballenas] llegó después de la adaptación al agua", comenta Thewissen.

Este científico, de larga trayectoria investigadora en el universo de los cetáceos, ya consiguió en 2001 descubrir el primer esqueleto de la Pakicetus attocki, la especie de ballena más antigua de la que se tienen datos y que da muestras, junto a la Ambulocetus, de las primeras vivencias de esta familia de animales en el agua.



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    Tigres

    Ficha rápida
    Donde viveEl tigre se encuentra en Asia, desde Siberia al Norte hasta la isla de Java al sur.
    AlimentaciónGrandes mamíferos
    CostumbresEl tigre és un animal solitario y que tiene gran territorio de acción.
    CaracterísticasEl color básico del tigre (amarilla y rojiza) y las subespecies pueden tener colores como el negro, o el blanco. Es el felino más grande.
     


    El tigre es un mamífero, del orden de los carnívoros y que pertenece a la família de los félidos. La cola le mide de 75-91 cm. Pesan alrededor de 290 kilogramos, tienen entre 1-6 cachorros por camada y viven una media de 20 años.

    Las crías de tigre son ciegas, pesan de 1 a 3 kilogramos, y nacen con el color característico que los distingue. Los ojos los abren a los 14 días y son amamantadas durante un mes y medio.

    Los tigres adultos son los mayores félidos vivientes y son imposible de confundir por su piel rayada de negra, y su otro color, que puede variar desde blanco, hasta amarillo.

    El tigre, al contrario del león, vive en zonas donde la vegetación es arbustiva, poblada de matorrales y árboles diseminados. Éste puede llegar hasta las verdaderas selvas y junglas, pero prefiere las zonas boscosas salpicadas de claros.

    Su alimentación varía desde grandes mamíferos como jabalíes, hastalagartijas o ranas en épocas de escasez. El tigre caza solo y matan tanto las hembras como los machos.

    Aunque parezca difícil sino imposible, aunque vivan en zonas diferentes el tigre y el león, son capaces en cautividad de cruzarse entre ellos, teniendo mezclas híbridas.

    Cuando un tigre mata a una persona, se crea un hábito. Puesto que come mamíferos, y los humanos somos los más abundantes y estamos por todos lados, hace lo que le resulta más facil. Una vez pasa esto, hay que sacrificarlo.

     

     

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    jueves, 30 de octubre de 2008


    ¡Feliz Halloween!

     
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    El delfín héroe

    Escrito por: María José Coutiño el 15 de Marzo de 2008 | 11:20 am
    Etiquetas: 

    majodelfin.JPG
    Foto de Rocío Bosch

    El delfín es definitivamente uno de mis animales preferidos. Y también creo que es uno de los ejemplos a seguir más grandes que tenemos: por su inteligencia, por su corazón, por su forma de jugar y disfrutar la vida y por su compasión.

    El lunes pasado, un cachalote pigmeo y su cría se encontraban varados en una playa de Nueva Zelanda. Al parecer, estaban próximas a morir cuando un delfín nariz de botella llegó a su rescate. El delfín respondió a su llamada desesperada y se comunicó con la madre y la cría para guiarlos a través de un canal hacia el mar abierto. El conservacionista neozelandés, Malcom Smith, comentó que el delfín salvó a las ballenas de una muerte segura, ya que ni ellas ni ellos podían hacer nada por ayudarlas. Después de que estuvieron a salvo, el delfín regresó a la playa a jugar con los humanos como lo suele hacer.

    Aparentemente no es la primera vez que los delfines se comunican y conviven con las ballenas. Se sabe de varios casos donde las ballenas y los delfines viajan juntos, además de la reputación del delfín de ayudar a los humanos cuando se encuentran en peligro.

    Sin duda creo que el delfín es una de las criaturas más fascinantes que existen y creo que todos podríamos aprender de esa forma de ser alegre, dispuesta, lúdica, inteligente y, sobre todo, compasiva. Esa forma de darle importancia a las cosas que verdaderamente importan. Les deseo un gran fin de semana, María José (mariajose@toquedequeda.net).




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    Ballenas francas: unas en extinción, otras reproduciéndose [Artículos]

    Escrito por: Douglas H. Chadwick el 30 de Septiembre de 2008 | 8:32 pm
    Etiquetas: Ninguna

    A lo largo de la costa de América del Norte sólo sobreviven unos cuantos centenares de estos gigantes, pero su población está creciendo en los mares australes.

    Ballenas francas: unas en extinción, otras reproduciéndose [Artículos] National Geographic
    Hace un siglo sólo unos cuantos centenares de ballenas francas sobrevivían en el hemisferio sur. Pero las protecciones internacionales han funcionado, y el futuro de estos cetáceos, afirma Scott Baker, biólogo de la Universidad del Estado de Oregon, "pinta bien"
    Foto de Brian Skerry

    Se zambullen a una profundidad de 180 metros, rozan sus cabezas a lo largo del lecho marino con los protuberantes parches seudoverrugosos de piel, a veces nadan en una posición invertida, enormes como galeones a medio hundir. Apasionadas y conteniendo la respiración se desplazan por la fría y absoluta oscuridad mientras las grandes mareas se agitan sobre la Tierra. Luego, abren sus cavernosas fauces para que las corrientes arrastren comida directamente hacia ellas. Esa es una de las formas en que las ballenas francas glaciales, también llamadas del Atlántico Norte, se alimentan en la Bahía de Fundy, entre Maine, New Brunswick y Nueva Escocia. O al menos es lo que creen los expertos, tras observar ejemplares que pesan de 40 a 70 toneladas emerger con fango sobre la cabeza. Pero atención, afirman que eso podría deberse a alguna otra actividad, una que todavía no podemos imaginar.

    La ciencia llama a estos animales Eubalaena glacialis, "la buena o la verdadera ballena de los hielos". El nombre común que les dieron los balleneros esconde una burda ironía: las consideraban ballenas "francas" por ser las más fáciles de cazar. Estos cetáceos aficionados a las aguas costeras poco profundas, pasaban cerca de los puertos, nadaban lentamente y a menudo permanecían en la superficie. Esas características las hacían presa fácil de los arpones; además, una vez muertas tendían a flotar, gracias a su capa de grasa excepcionalmente gruesa, que los balleneros convertían luego en aceite. Los primeros de los grandes cetáceos que se cazaron comercialmente, las glaciales, alimentaron las lámparas del Viejo Mundo más o menos desde la Alta Edad Media hasta el Renacimiento. Para el siglo XVI los europeos habían acabado con la población del Atlántico Norte oriental y se dirigieron a las costas de América del Norte. Allí los balleneros montaron puestos de operación en la península del Labrador y cazaron de 25 000 a 40 000 ballenas de cabeza arqueada junto con una cantidad desconocida de ballenas francas (los registros rara vez distinguen entre esos dos titanes de aspecto tan similar). Para la época en que la gente de Nueva Inglaterra entró al negocio de la matanza de ballenas francas, lo que cazaban eran las sobras. Aún así mataron aproximadamente otros 5 000 ejemplares; en parte, porque las ballenas se volvieron más valiosas por sus barbas que por el aceite. Estas son en realidad centenares de tiras de un material resistente y flexible, cada una de dos a tres metros de largo y dispuestas con gran precisión como una cortina que cuelga de la quijada superior. Forman un descomunal colador que permite a esos gigantes filtrar los diminutos crustáceos que hay en el agua para alimentarse: 1 000 millones de minúsculos copépodos proporcionan las 400 000 calorías mínimas que necesita una ballena adulta (la proporción entre la masa corporal de una ballena con respecto a la de su presa es de 50 000 millones a uno). Sin embargo, la gente de sociedad pensaba que las barbas servían mejor para corsés, varillas para los vestidos de moda, bastidores para paraguas y látigos.

    A principios del siglo XX, la cantidad de ballenas que quedaba de esta especie se contaba por docenas. La caza comercial con arpones no se prohibió sino hasta 1935.

    En la actualidad existen aproximadamente de 350 a 400 ballenas francas del Atlántico Norte. Las sobrevivientes emigran a lo largo de la costa este de América del Norte entre las áreas donde abunda la comida en el Golfo de Maine y los sitios donde suelen pasar los meses del invierno hacia el Sur; las hembras preñadas emprenden una travesía de alrededor de 2 200 kilómetros, hasta las áreas donde tradicionalmente van a parir cerca de las costas de Georgia y Florida. Se desplazan por un tramo del océano demasiado urbanizado.

    Un equipo de investigación del acuario de Boston, de Nueva Inglaterra, pasa el verano en Lubec, Maine, donde estudia a las ballenas que se reúnen para alimentarse y socializar en la Bahía de Fundy y en la próxima Cuenca Roseway, cerca de la punta sur de Nueva Escocia. Los científicos, que han integrado un archivo de casi 390 000 fotografías, pueden reconocer a casi todas las ballenas de la población por el inconfundible patrón de sus callosidades, junto con las cicatrices y otras irregularidades y, cada vez más, con muestras de ADN.

    Una de sus favoritas es la 2 223, vista por vez primera en esas aguas en 1992. Era una cría, y le gustaba tanto retozar alrededor de las embarcaciones que la llamaron Calvin, por el personaje de la tira cómica Calvin & Hobbes. Ese mismo año, un pescador avisó que un ballenato daba vueltas en torno a su madre moribunda; cuando el equipo recuperó el cuerpo de la hembra, la identificaron como el número 1 223, Dalila, la madre de Calvin. El cuerpo reveló que sus tejidos habían sido aplastados por un fuerte choque, probablemente con un buque carguero.
    Las perspectivas del ballenato de ocho meses eran sombrías, ya que debería haberse amamantado con la tibia y nutritiva leche de Dalila durante varios meses más.

    En julio de 1993, cuando los investigadores estudiaban minuciosamente fotografías recién tomadas de la bahía descubrieron imágenes que parecían corresponder a Calvin cuando era una cría. ¡Sí! De alguna manera, el huérfano había logrado sobrevivir. El ADN de una muestra de piel tomada en 1994 demostró que el curioso y fuerte Calvin de hecho era una hembra. Al año siguiente se obtuvo el primer informe de que Calvin se había integrado a un Grupo de Actividad en Superficie, SAG por sus siglas en inglés, en el que hembras y machos se mezclan salpicándose, dándose empujones, girando o acariciándose en señal de cortejo. Aunque no alcanzaría la madurez sexual sino hasta los 10 años de edad, a los semiadultos de su edad parece atraerles el alboroto del grupo y llegan a practicar conductas que pronto podrán influir en el éxito de su reproducción. Las hembras prolíficas adultas son el segmento más valioso de la población. Estas ascienden a menos de un centenar. Calvinparecía estar a punto de agregar una más a sus filas.

    Durante tres años consecutivos, los investigadores calcularon el grosor de la capa de grasa de este cetáceo mediante ultrasonido. Los investigadores hallaron que Calvin crecía satisfactoriamente regordeta, un excelente indicador de su salud.

    En el verano de 2000, Calvin estaba una vez más en la Bahía de Fundy; pero en esa ocasión se enredó en unos aparejos de pesca. Arrastraba en su estela sedales irrompibles de polyblend que rodeaban su cuerpo y se enterraban en su piel, frenándola. Luego, perdieron de vista a la joven hembra.

    En un año normal se encuentran de dos a seis ballenas muertas; al menos la mitad de ellas perecen por golpes contra embarcaciones o enredadas. Otros animales simplemente desaparecen. Como más de las tres cuartas partes de las ballenas francas del Atlántico Norte presentan cicatrices por haberse topado con aparejos de pesca, los científicos se preguntan: ¿Cuántas de las que han desaparecido son lastradas por sedales, redes o trampas para cangrejos y langostas durante meses o incluso años, con las reservas de grasa que les permitían mantenerse a flote consumiéndose conforme pasan hambre, luchando más duro para llegar a la superficie con cada respiración, hasta que finalmente se rinden ante el dolor y el agotamiento, y se hunden?

    Los meses pasaron lentamente. Alguien, por fin, divisó a Calvin en la bahía de Cape Cod durante su entorpecido viaje de vuelta al Sur. Un equipo de la cercana Provincetown, Massachusetts, se apresuró al lugar para liberarla e hizo dos intentos de cortar sus ataduras. No pudieron con todas, pero cuando fue vista en el 2001 ya se había liberado de las restantes.

    Transcurrieron tres años, y Calvin aparecía ocasionalmente; pero no en los sitios predilectos de verano que frecuentaba. ¿La traumática experiencia la había lanzado por una espiral descendente? A finales de diciembre de 2004, cerca de la costa de Carolina del Norte, fue vista con un flamante ballenato. Siete meses después, en 2005, ambos estaban en la Bahía de Fundy, a donde Dalila había llevado a Calvin cuando era una cría.

    El corredor por el que viajan Calvin y otras ballenas francas se congestiona cada vez más con las actividades pesqueras y las transitadas rutas de navegación. Columnas de contaminantes fluyen de las desembocaduras de los ríos, y el estrépito submarino provocado por el tráfico en la superficie probablemente dificulte cada vez más que las ballenas se comuniquen entre sí y se sigan unas a otras. Aunque no son tan visibles como las heridas causadas por las proas de las embarcaciones y las hojas de las hélices o por los aparejos de pesca enmarañados alrededor de sus cuerpos, las sustancias químicas y la contaminación acústica poco a poco hacen mella en la salud de los cetáceos.

    Durante la década de los ochenta la cantidad de ballenatos nacidos al año fue de aproximadamente 12. El total cayó a plomo dos veces en la década siguiente, hasta que un único ballenato apareció en 2000. Desde entonces, el promedio ha aumentado a más de 20 ballenatos al año. Sin embargo, eso sigue estando 30 % por debajo del porcentaje potencial de reproducción de las ballenas.

    Una mañana de agosto de 2006 me reuní con Scott Kraus, el vicepresidente de investigación del Acuario de Nueva Inglaterra, y con Rosalind Rolland, veterinaria y experimentada científica del acuario, en una misión poco convencional en la Bahía de Fundy. Rolland se encaminó a la proa. A su lado iba Fargo, el primer perro rastreador del mundo capaz de olfatear el excremento de ballenas.

    Fargo empezó a caminar de babor a estribor, resoplando con las fosas nasales. Rolland centró su atención en la cola del rottweiler. Si empezaba a moverla, significaba que había encontrado un rastro, y podía hacerlo a dos kilómetros de distancia. ¡Sí! "A estribor –Rolland avisó a Kraus–. Un poco más. No, muy lejos. Vuelve a babor. Perfecto. Ya lo encontró otra vez". Todo lo que veía eran algas marinas amontonadas. De pronto, el perro se sentó y miró fijamente a Rolland llamando su atención. Nos detuvimos, y del vasto horizonte del océano surgió un único trozo de excremento de ballena.

    Kraus agarró la red con extensión, la metió en el agua y sacó la olorosa masa informe. Uno podría pensar que había atrapado un pez fabuloso. "Al principio, la gente no lo cree. Luego vienen las inevitables bromas. Pero en realidad, esto es parte del mejor trabajo científico que hemos hecho", afirma el hombre que ha dirigido la investigación de la ballena franca durante tres decenios.

    Con la tecnología actual, el ADN de las células intestinales que se han desprendido en una muestra de excremento puede identificar al ejemplar que la produjo. Los residuos de las hormonas indican a Rolland cuáles son las condiciones generales de la ballena –¿Está en edad reproductiva?, ¿preñada?, ¿lactando?–, sus niveles de estrés y la presencia de parásitos.

    Pese a su número, la ballena del Atlántico Norte quizá no sea la más escasa entre los grandes cetáceos. Quizá no haya más que algunos centenares de ballenas francas del Pacífico Norte, Eubalaena japonica, que eran arponeadas ilegalmente por balleneros soviéticos aún en la década de los sesenta. Pero en el otro lado del Ecuador, la ballena franca austral, Eubalaena australis, ha repuntado de unos centenares en el siglo xix a 10 000 ejemplares mínimo y ellas ofrecen una visión de cómo podría ser un futuro más seguro para las otras dos especies.

    Después de alimentarse en las aguas repletas de plancton alrededor de la Antártida, las diversas poblaciones de Eubalaena australis emigran a las áreas invernales cerca de Argentina, el sur de África, el sur y el oriente de Australia y la subantártica Nueva Zelanda. La especie ha aumentado a un ritmo de hasta 7 % anual. Eso se aproxima al máximo posible para ballenas que requieren un año completo para la preñez, dedican uno a la crianza y otro más para engordar y, por consiguiente, pueden producir una cría cada tres años.

    En julio de 2007, Rolland, Kraus y yo nos unimos a un equipo con destino a las Islas Auckland, aproximadamente a unos 500 kilómetros al sur de Nueva Zelanda atravesando una de las áreas más tempestuosas del planeta, para realizar un censo y trabajo de ADN. Cuando nuestro velero de 25 metros, Evohe, se deslizó a una bahía protegida entre las islas, no había nada brillando sobre la cubierta salvo el sol.

    Las ballenas francas curiosas investigaron al Evohe por horas, mientras unos pingüinos de ojos amarillos brincaban a su lado como si saltaran piedras. Las fuertes exhalaciones e inhalaciones de las ballenas anulaban los sonidos de las olas y los chillidos de las aves marinas, así como el maullido de los leones marinos jóvenes de Nueva Zelanda que estaban en tierra. Más ballenas se movían de un lado para otro y saltaban fuera del agua tan lejos como podíamos ver. Eran más grandes que las ballenas francas del Atlántico Norte. Más de una de cada 10 presentaban patrones pintos y mostraban metros de suave piel blanca. ¿Una época pasada? Eso empezaba a parecerse más a los albores de la creación. Rolland y Kraus, quienes nunca antes habían visto una ballena franca austral, no cabían en sí de la emoción.

    "¡Están impecables! No presentan ninguna marca".

    Durante las siguientes tres semanas, centenares de ellas llegaron una tras otra para parir y amamantar a pálidas crías y agitar las aguas en Grupos Activos en Superficie y competir por una pareja antes de dirigirse de nuevo al mar abierto. El viento soplaba en todas direcciones, era pleno invierno en el hemisferio sur, y las laderas se cubrían de nieve. Los investigadores se las arreglaban surcando las olas en un esquife para tomar fotografías de identificación y recolectar muestras de piel con pequeños dardos de punta hueca, para que pudieran definir con mayor detalle la estructura genética de esa población que se recuperaba. Glenn Dunshea, del Center for Applied Marine Mammal Science de Australia, se interesó en los telómeros; se trata de secuencias de ADN en las puntas de los cromosomas que paulatinamente se acortan a lo largo de la vida de un animal. Al estudiarlos en las ballenas francas, que pueden vivir casi 100 años (sus cercanas congéneres, las ballenas de cabeza arqueada, pueden llegar a los 200), Dunshea espera descubrir más sobre la función de los telómeros en el proceso de envejecimiento. ¿No sería una lección de humildad que el mapa para la legendaria fuente de la juventud estuviera escondido en criaturas a las que casi hemos exterminado?

    Proteger la vida silvestre, hasta en los lugares más remotos del planeta, cada vez se está volviendo más difícil.

    Las ballenas francas australes florecen por ahora, pero conservarlas de esa manera exigirá una mejor protección de las áreas invernales de importancia fundamental y de las rutas migratorias. Los aparejos de pesca ahogan tantas aves marinas en las lejanas aguas australes que varios tipos de albatros están en graves problemas. En tanto las pesquerías y las poblaciones de ballenas se expandan, los conflictos con las ballenas no pueden estar lejos.

    En cuanto a las ballenas francas del Atlántico Norte, la pesca comercial y el transporte marino son industrias gigantescas y vitales; y modificar sus operaciones a lo largo de toda la costa este para proteger a unos centenares de gigantes no será fácil ni barato. Sin embargo, según los modelos de los científicos, tan sólo con evitar que maten a dos hembras sexualmente maduras al año cambiaría la tendencia de esta especie amenazada, de descendente o inalterable a ascendente.

    Planteado de esa manera, el problema no parece tan difícil de resolver. Una red de vigilancia aérea y náutica a la que se suma un equipo de voluntarios que no les quitarían el ojo a esos cetáceos están listos para ayudar.

    El equipo de voluntarios incluye desde vagabundos de playa que caminan a paso rápido, hasta gente que se reúne para el café matutino y luego manejan de un punto de observación a otro, y residentes que vigilan desde las ventanas de sus condominios.

    Y algunos otros rastreadores de ballenas remontan el vuelo. George Terwilliger, piloto voluntario, transportó a los científicos que vieron a madres y ballenatos en Georgia Bight en 1984; antes de esa fecha, nadie sabía a dónde iban a parir las últimas ballenas francas del Atlántico Norte. Terwilliger aún vuela de dos a tres veces por semana, pilotea una aeronave Air Cam especialmente diseñada para reconocimiento y fotografía a baja velocidad.

    Ya sea que una ballena que emerge sea vista desde la playa, un techo o el cielo, la información se transmite enseguida por teléfono mediante una línea directa al Sistema de Alarma Rápida, que la envía a los navegantes comerciales y militares. Cuando los operadores de barcos comerciales de más de 300 toneladas métricas entran directamente en los hábitats de las ballenas, deben notificar a un Sistema de Información Obligatoria de los Barcos, que automáticamente proporciona datos sobre recientes avistamientos.

    Es una estrategia que dista de ser perfecta. Los capitanes de las embarcaciones no están obligados a reducir la marcha si no quieren hacerlo. Pero nada parece desalentar al entusiasmo de los voluntarios.

    De pie sobre el paseo marítimo entarimado de un conjunto habitacional en Florida, protegido por verjas, con los binoculares a la mano, Donna McCutchan afirma: "la mayoría de la gente en este conjunto era como yo. No tenía idea de que las ballenas invernan aquí. Ahora todo mundo está informado y sabe a dónde llamar si ve alguna". La misma McCutchan no había visto una ballena durante semanas. A ella no le molestaba esperar, comenta. "En una ocasión pude ver a una hembra girar sobre su espalda y unos delfines mulares empezaron a saltar sobre ella. Las ballenas son adictivas. Una vez que las has mirado, no quieres dejar de verlas. Nunca".



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    Elefantes: Medida desesperada

    Escrito por: Karen E. Lange el 01 de Septiembre de 2008 | 9:37 am
    Etiquetas: Ninguna

    Los administradores de parques sobrepoblados quizá tengan que recurrir al sacrificio selectivo de elefantes para salvar los ecosistemas.

    Elefantes: Medida desesperada, National Geographic
    Un veterinario dispara un tranquilizante a la matriarca de un grupo familiar en Mozambique, desde un helicóptero. La elefante portará un collar con radio para rastrearla; esto ayudará a los administradores del parque a encontrar áreas donde grandes concentraciones de elefantes puedan dispersarse.
    Foto de Jon Hrusa, EPA/Corbis

    Al refrescar la tarde, el helicóptero despegó y los buitres seguían su ruta. El piloto se acercó a los elefantes por atrás, descendiendo sobre sus lomos para permitirle al tirador un disparo directo al cerebro con su rifle semiautomático. Con frecuencia, una bala bastaba. Primero cayó la matriarca –la guía del grupo, depositaria de la sabiduría colectiva–; luego, las hembras más jóvenes, y las crías recibieron un tiro al arremolinarse junto al cuerpo. Mataron a todos los miembros del grupo; ningún sobreviviente habría podido funcionar normalmente tras la pérdida de sus compañeros más cercanos. Inmediatamente después del ataque aéreo, un equipo terrestre llegó para rematar a cualquier elefante que hubiese quedado vivo. Los cadáveres fueron destazados, y su piel, su carne y sus colmillos se retiraron para procesarse en el rastro del Parque Nacional Kruger, en Sudáfrica. Sólo quedaron entrañas y tierra ensangrentada.

    Esta escena se repitió una y otra vez entre 1967 y 1995, cuando Sudáfrica prohibió el sacrificio selectivo. Para controlar la población de Kruger, un total de 14 562 elefantes fueron ejecutados. "Era terriblemente traumático –dice Ian Whyte, quien durante mucho tiempo fue el especialista en elefantes del parque y testigo de muchos de estos sacrificios–. Uno tenía que bloquear la mente, so pena de volverse loco".

    Ahora, los expertos en elefantes se ven forzados a pensar de nuevo en este método de control. Aunque la caza furtiva amenaza todavía a los elefantes de Kenia y de muchas otras partes, en el sur de África las medidas de conservación han tenido tanto éxito que las poblaciones han crecido notablemente. En los 13 años transcurridos desde la prohibición de los sacrificios en Sudáfrica, el número de elefantes del Parque Nacional Kruger ha aumentado de 8 000 a 13 000. Los elefantes, que consumen 180 kilógramos de alimento al día por cabeza, están transformando el paisaje al arrasar con la vegetación derrumbando o desenraizando árboles para arrancarles la corteza. Junto con los incendios forestales que consumen árboles caídos y árboles jóvenes, estos hambrientos mamíferos ocasionan que algunas partes del parque, antes sabanas, sean ahora pastizales llenos de maleza, proporcionando un hábitat para rumiantes como las cebras, pero destruyendo lugares de anidación para las águilas y otras aves.

    Por ello, el Departamento de Asuntos Ambientales y Turismo de Sudáfrica (DEAT, por sus siglas en inglés) organizó la Mesa Redonda en Ciencias del Elefante, en la que participaron 18 reconocidos expertos internacionales, la mayoría sudafricanos, para reflexionar sobre la administración de poblaciones en aumento y la posibilidad de recurrir una vez más a la medida del sacrificio selectivo. Una objeción: esta práctica aumentaría las reservas de marfil, lo que a su vez incrementaría la presión por acabar con la prohibición global de su venta, establecida en 1989. Si se levantara la interdicción, la demanda de marfil se dispararía, al igual que la caza ilegal de elefantes. Otra objeción: se afectarían los procesos naturales. El especialista Iain Douglas-Hamilton comenta: "Prefiero mil veces que las poblaciones mueran de inanición y no mediante un sacrificio". Pero el zoólogo y consultor de International Conservation Services, John Hanks, opina que en algunas ocasiones, y como último recurso, los administradores de los parques se ven obligados a matar a los elefantes para proteger la biodiversidad.

    Los expertos acordaron que en Kruger no es inmediatamente necesario recurrir a los sacrificios selectivos; no obstante, en Sudáfrica deben ser permitidos si ninguna otra cosa puede prevenir que los elefantes acaben con el hábitat del que dependen otros animales. Esta es una recomendación enmarcada en la nueva ley de administración de elefantes del país, la cual entró en vigor en mayo y en la que se reconoce que estos animales tienen "una naturaleza sensible, una estructura social altamente organizada y habilidad para comunicarse". Pero la ley permite también el sacrificio selectivo como último recurso.

    Esterilizar a las hembras mediante dardos con anticonceptivos es una manera de evitar la matanza aunque el procedimiento puede costar más de 150 dólares por ejemplar y tiene que llevarse a cabo constantemente. "Translocar" (sacar en camión a los paquidermos excedentes de las áreas sobrepobladas) también es costoso, y Sudáfrica ya no cuenta con muchos lugares lo suficientemente extensos para albergar nuevos residentes. Rudi van Aarde, de la Universidad de Pretoria, junto con otros expertos de la mesa redonda, se ha pronunciado a favor de una solución multifactorial: deshacerse de los suministros artificiales de agua que permiten a los elefantes sobrevivir las sequías que mantienen su población a raya y que concentran las manadas en un solo lugar; derribar las cercas de los parques y establecer corredores y megaparques para permitir que los elefantes se dispersen en áreas más extensas, reduciendo la presión estacional y a largo plazo en los hábitats.

    Kruger ha derrumbado cercas a lo largo de algunas de sus fronteras, permitiendo a los elefantes migrar hacia el oeste, a reservas privadas, y al este, al Parque Nacional Limpopo de Mozambique, una región más seca donde los animales aún son escasos. Limpopo debería funcionar como válvula de seguridad durante al menos los próximos cinco o 10 años, señala Norman Owen-Smith, de la Universidad de Witwatersrand. Otros hacen notar que los habitantes de Limpopo ya se han quejado de que los elefantes dañan sus cosechas.

    La política de fronteras abiertas también reduce la presión en países colindantes con Sudáfrica. Los más de 150 000 elefantes del norte de Botswana –la comunidad más grande de África– entran y salen de Zimbabwe y ocupan las áreas de Angola y Namibia de donde salieron a causa de la guerra y la caza ilegal. La alguna vez elevada tasa de crecimiento de la población de Botswana disminuye: Michael Chase, investigador de Elephants Without Borders (Elefantes Sin Fronteras), organización con sede en Botswana, calcula que la cantidad de estos no aumentará sino hasta dentro de 20 años o más. Sin embargo, los elefantes de Botswana, quizá más de 8 000 en 1960, están concentrados en ciertas áreas, como en una extensión de 19 kilómetros a lo largo del río Chobe donde han destruido casi todos los árboles. Un plan administrativo propuesto recientemente incluye la posibilidad del sacrificio selectivo.

    Cuando en Sudáfrica se reinicien los sacrificios, probablemente estos no tendrán lugar en Kruger sino en parques más pequeños, áreas de entre 500 y 1 000 kilómetros cuadrados, con poblaciones o bien muy grandes para ser controladas con esterilización o "translocación" o bien muy compactas y rodeadas de tantos asentamientos humanos que impiden la migración de elefantes. Rob Slotow, de la Universidad de KwaZulu-Natal, piensa que será posible evitar los sacrificios en la mayoría de los casos. No obstante, en el Parque de Elefantes Tembe, que cuenta con una vegetación poco común de selva arenosa, podría ser necesario matar a los machos que causan daños irreparables al hábitat.

    Ian Whyte, quien hace poco se retiró de Kruger, dice que lo hace muy feliz no tener ya que participar en lo que considera inevitable: "Los sacrificios tendrán que llevarse a cabo en algún momento. Y creo que no será dentro de mucho".



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    miércoles, 29 de octubre de 2008

       
     
    Ardilla

    ardilla

    Ficha sobre las ardillas
    Donde viven las ardillas Bosques de casi todo el mundo
    Alimentación de las ardillas Semillas, frutos secos, bellotas, cortezas y brotes tiernas.
    Costumbres de la ardilla La ardilla vive en grupos familiares.
    Características de las ardillas Cuerpo esbelto. Larga cola peluda. Cabeza avispada, ojos brillantes y dientes agudos y afilados.
     

    La ardilla es un mamífero roedor Mide entre 35 y 45 cm de longitud, de las que casi la mitad pertenecen a la cola. En las extremidades delanteras, el pulgar es reducido, pero los otros 4 dedos están bien desarrollados y dotados de largas, curvadas y afiladas uñas. Su cabeza es graciosa; en ella sobresalen los ojos brillantes y la boca en la que los dientes están muy desarrollados y salientes. Si se les captura jóvenes a las ardillas, es posible domesticarlas y una ardilla resulta un animal doméstico muy sensible y cariñoso.
    Hay un gran número de especies de ardillas, muy distintas en color y tamaño, propagadas por todo el mundo excepto en Australia. Se alimentan de semillas, cortezas, frutos secos, brotes tiernos y bellotas, que entierran durante el verano en el suelo a unos centímetros de profundidad, para luego alimentarse de ellos durante el invierno. Este almacenamiento no lo hacen las ardillas en un solo punto, sino que lo reparten en una extensa zona del lugar en el que viven.
    Las ardillas establecen su nido en los huecos de los arboles o en un hueco del ramaje, y en ocasiones, en los nidos desocupados de algún grajo (pájaro parecido al cuervo), urraca o ave de rapiña. Es curioso ver como cubren su nido por arriba con una cúpula de ramas muy entrelazadas, que tapizan del musgo para evitar que entre la lluvia en su casa.
    El nido de las ardillas tiene dos entradas y dentro de esta casa las ardillas hembras dan luz entre 3 y 4 crías. Las crías de ardilla son muy pequeñas; no tienen pelo cuando nacen y tienen los ojos cerrados. La madre los amamanta durante 10 semanas y, poco a poco, les enseña moverse entre las ramas del árbol en el que viven. Su adiestramiento depende del buen desarrollo de su cola, ya que en la ardilla esta constituya el elemento esencial para mantener el equilibrio en los asombrosos saltos que efectúa de un árbol a otro. A los 5 o 6 meses ya se les puede considerar adultas, pues su cuerpo y cola ya habrán adquirido su total desarrollo.
    Las ardillas de países muy fríos hibernan. Esto quiere decir que duermen durante todo el invierno envueltos en su cola. Sin embargo, su sueño nunca es muy profundo, y cualquier peligro, o sencillamente su apetito, les hace espabilar rápidamente para escapar o hurgar en el suelo a la búsqueda de su dispensa subterránea de frutos que enterró durante el verano.

    ardilla

     

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